ÉL
Ella tiene la boca y la lengua llena de piercings, una remera que dice “Bad excuses” y unos grandes ojos embadurnados de rimel.
En realidad, no sé precisamente qué quiere o a qué vino, porque llevamos exactamente treinta minutos de sesión y…, desparramada como está en ese sillón, lo único que hace es llorar. Tiene un llanto quedito, chiquito, silencioso.
Trae puestos unos borceguíes negros que quedan bastante desprolijos con esas medias corridas y esa pollera a cuadros, pero que, por otra parte, no puedo dejar de mirarlos. Son toscos, pero deben de cubrir unos pies pequeños y blancos como los de una geisha.
Seguramente he soñado esos pies en otra ocasión en que no eran mucho más grandes que ahora. Intento detener el llanto ofreciéndole un kleenex y diciéndole que estoy aquí para ayudarla, pero parece que es peor, que en vez de detener el llanto lo exacerba. Me acepta un pañuelo de papel, y comprendo dolorosamente cómo me atraen sus pies y todo su pequeño cuerpo, el bad excuses de su remera desfigurado por unos pechos redondos y plenos, y le digo que no tema, que puede confiar en mí, y que esto, como es nuestra costumbre, no sale de acá.
Ella me mira con una mirada extraña, ha dejado de llorar. Saca algo de su mochila negra que la penumbra no me deja ver y luego el fogonazo, la luz, la nada.
ELLA
Hace media hora que no puedo parar de llorar, no sé cómo explicarle esto que me pasa. Me da mucha vergüenza, porque si ya desde antes esto me asqueaba ahora es peor. Hace un mes y medio que lloro y lloro a escondidas, y él, como si nada, mirándome las piernas, qué mirás degenerado seguro te importa un pito lo que me pasa.
No sé cómo decirle, no sé qué va a responderme, en realidad no creo que le importe mucho, Soy una más de los que vienen acá, tanto loco suelto y yo acá, cuando tendríamos que estar en otro lado. Tanto silencio acumulado en estos años. Cómo duele tanto no decir.
Me mira con su aire profesional, escudado en sus lentes y en vez de abrazarme de decirme qué te pasa, me ofrece un kleenex el muy hijo de puta. Un kleenex, lo único que puede darme, podés creer. De repente noto que sigue mirándome las piernas y que me está mirando las tetas de una manera descarada, y se me agolpa toda la bronca. El atraso de un mes y medio, el miedo, la vergüenza de mirar a mamá, las noches sin dormir, la sombra en la puerta del cuarto…
Se acerca y me dice que esto no sale de acá como es nuestra costumbre y sé ahora, que no vale la pena llorar, que no entiende todo este silencio. Por eso saco la 22 de la mochila y hago un orificio rojo y perfecto en el medio de su frente. Un orificio grande y perfecto. Como el que llevo dentro de mí.