31.7.07

Silencio a dos voces (soledad m.)

ÉL

Ella tiene la boca y la lengua llena de piercings, una remera que dice “Bad excuses” y unos grandes ojos embadurnados de rimel.

En realidad, no sé precisamente qué quiere o a qué vino, porque llevamos exactamente treinta minutos de sesión y…, desparramada como está en ese sillón, lo único que hace es llorar. Tiene un llanto quedito, chiquito, silencioso.

Trae puestos unos borceguíes negros que quedan bastante desprolijos con esas medias corridas y esa pollera a cuadros, pero que, por otra parte, no puedo dejar de mirarlos. Son toscos, pero deben de cubrir unos pies pequeños y blancos como los de una geisha.

Seguramente he soñado esos pies en otra ocasión en que no eran mucho más grandes que ahora. Intento detener el llanto ofreciéndole un kleenex y diciéndole que estoy aquí para ayudarla, pero parece que es peor, que en vez de detener el llanto lo exacerba. Me acepta un pañuelo de papel, y comprendo dolorosamente cómo me atraen sus pies y todo su pequeño cuerpo, el bad excuses de su remera desfigurado por unos pechos redondos y plenos, y le digo que no tema, que puede confiar en mí, y que esto, como es nuestra costumbre, no sale de acá.

Ella me mira con una mirada extraña, ha dejado de llorar. Saca algo de su mochila negra que la penumbra no me deja ver y luego el fogonazo, la luz, la nada.


ELLA

Hace media hora que no puedo parar de llorar, no sé cómo explicarle esto que me pasa. Me da mucha vergüenza, porque si ya desde antes esto me asqueaba ahora es peor. Hace un mes y medio que lloro y lloro a escondidas, y él, como si nada, mirándome las piernas, qué mirás degenerado seguro te importa un pito lo que me pasa.

No sé cómo decirle, no sé qué va a responderme, en realidad no creo que le importe mucho, Soy una más de los que vienen acá, tanto loco suelto y yo acá, cuando tendríamos que estar en otro lado. Tanto silencio acumulado en estos años. Cómo duele tanto no decir.

Me mira con su aire profesional, escudado en sus lentes y en vez de abrazarme de decirme qué te pasa, me ofrece un kleenex el muy hijo de puta. Un kleenex, lo único que puede darme, podés creer. De repente noto que sigue mirándome las piernas y que me está mirando las tetas de una manera descarada, y se me agolpa toda la bronca. El atraso de un mes y medio, el miedo, la vergüenza de mirar a mamá, las noches sin dormir, la sombra en la puerta del cuarto…

Se acerca y me dice que esto no sale de acá como es nuestra costumbre y sé ahora, que no vale la pena llorar, que no entiende todo este silencio. Por eso saco la 22 de la mochila y hago un orificio rojo y perfecto en el medio de su frente. Un orificio grande y perfecto. Como el que llevo dentro de mí.



soledad m. (amiga y colaboradora).

27.7.07

Príncipe Batracio (soledad m.)

¿Alguien conoce al Príncipe Batracio? ¿Alguna supo descubrir alguna vez ver aquel caballero de blanco corcel detrás de la viscosa piel de un sapito?¿Tuvo alguna la osadía de besar esa gran ,graan bocota húmeda y putrefacta para salvar a un pobre príncipe heredero?¿Ah, se animarían?

Mírense detrás de sus revistas de moda, las ideas bajo los secadores de la peluquería, sí, perdiendo el tiempo en boberías y en chismes y en sacarse los novios y limarse las uñas y mostrar los colmillos en cuanto aparece una más joven. Quién sabe cuántos príncipes batracios mueren en las noches de verano croando su amor y ustedes ni enteradas. No saben de la poesía batracia, ni de su misterio. Tanta canción de luna y camalote que no llega a sus sordos corazones. Frígidas todas.

Menos yo, que una vez me encontré a mi Príncipe Batracio, no me acuerdo si fue tras el portón del patio de mi casa o en el jardín zoológico cuando fuimos con Andrés y los chicos. No, fue en el zoológico, sí, me acuerdo bien. Ese Andrés, pobre, tan bobo….ni cuenta se dio.

Cuando Príncipe Batracio y yo nos miramos el mundo dejó de existir y fuimos el uno para el otro. Tan quietito, entre camalotes y agua verde. Tan sereno e impoluto en el agua estanca y olorosa…

Los chicos corrían, pegoteaban sus manos con algodón de azúcar en la campera de Andrés, se agarraban de los pelos, mientras mi príncipe y yo nos transportábamos el uno hacia el otro.

¿Cómo nadie lo vio antes, cómo nadie se percató de ese sapito de ojos oscuros parado en la laguna de los flamencos? ¿Nadie vio su corona dorada de papel de chocolate brillarle sobre la testa? Nadie, sólo yo, fui elegida y caí bajo el hechizo de su boca sensual y majestuosa. Porque el amor verdadero es así: se está destinado o no. Y sucede, simplemente.

Me lo llevé con mucho esfuerzo, después de sobornar al guardián de los flamencos para que me dejara entrar en la laguna y liberarlo de esos barrotes rosados y frágiles. Costó mucho convencer a Andrés de que era una mascota para los chicos. Lo deposité suavemente en la cartera, en la funda del celular para que fuera más cómodo y calentito.

Por la noche, le rogué a Andrés que durmiera en el sofá y me llevé a Príncipe Batracio a mi cama. Ninguna de ustedes sabe, ni sabrá nunca, bajo esas pelucas de metal rosado que les queman las neuronas, de la exquisitez de la boca de un príncipe moro, de sus labios carnosos, de su piel morena y sibarita, de su hambre de mí, de los rincones de sus tatuajes que bailan entre sus músculos, de su orgasmo susurrante y masculino, cuando deja atrás su piel viscosa y moteada. De su rara mirada negra como una noche sin estrellas, de los aros que encadenan su nariz a este hechizo.

Andrés no lo supo nunca: es más, cansado del sofá, de mí y de mi amor por Príncipe Batracio, se fue. Nunca me entendió brillante como una luna en el Bósforo por las mañanas, cuando, mientras hacía las tostadas, recitaba poesías eróticas en idiomas extraños que ni yo conocía. Me miraba con el café humeándole en las narices nublando sus ojos desencajados. Durante unos meses, meneaba la cabeza resignado y partía a trabajar. Me creía trastornada o enferma y me aconsejaba tratamiento psiquiátrico.

Después, se enojó, chilló, pataleó, se fue con otra, volvió, imploró su amor, y yo, ni. ¿Cómo puedo cambiar a mi Príncipe Batracio? ¿Cómo olvidar su verde piel húmeda transformarse en terciopelo oscuro e insaciable por la noche?

Ahora estamos mejor, tenemos un cuarto y la dicha entera para nosotros. Nos gustan los atardeceres de verano, cuando el ocaso se enrojece de vergüenza ante nuestros besos y el croar de mi hombre-sapo se transforma en sibilantes obscenidades foráneas que me dice al oído.

Nadie nos entiende, ni los enfermos ni los doctores. Y es lógico: porque no tienen el coraje ni la fantasía de nuestro amor. Y los médicos trabajan para que sus mujeres quemen la poca inteligencia que les queda en la peluquería y se ensordezcan con los chismes y las revistas de moda. Y así, el corazón se les endurece y miles, millones de príncipes sapos mueren en los charcos cantándole a la luna en vano. Porque no los escuchan y no pueden salvarlos.

Por suerte, yo iba poco a la peluquería, no lo soportaba. Y aún así llena de canas como estoy, Príncipe Batracio me mira como si yo fuera su Rapunzel. No le importa nada de mí, más que yo, desnuda e íntegra, impoluta y transparente como una hoja en el viento, como un barquito de diario en el Bósforo, que es así como él llegó hasta acá. Para buscarme.

Mientras tanto, en voz baja y susurrante, soy el centro de los chismes: dicen que estoy obsesionada psicóticamente con un animal, un raro caso de zoofilia, dicen. No saben nada y cambian la medicación constantemente.

Dicen que a la noche se escuchan mis gemidos. Y claro, no son sólo míos.

Pero no entienden. Rara la persona acá adentro que se anime al amor. Rara. Yo nada puedo hacer para convencerlos de algo que no sienten y no escuchan: el latido de su propio corazón. Tan parecido al croar de un simple sapito por las noches de luna llena.



soledad m. (amiga y colaboradora)

15.7.07

Fulbo

Domingo. Me avisan que el partido de la sexta fecha empieza a las cuatro de la tarde.
Eso significa que empieza a las cuatro y cuarto y termina tranqui a las seis y cuarto.
Me dió un poco de miedo pensar que jugábamos a la misma hora que la final de argentina con brasil.
Salí un poco antes. Pasé a buscar a gustavo f.
Cuando llegamos estaban terminando de jugar el segundo y el tercero del campeonato. Esperamos. Lentamente, a cuentagotas, fueron cayendo los nuestros.
Estábamos los once y dos suplentes....
Pensaba en lo poco que me importaban TyC, canal 13, CTI, y tooooodas las marcas que me dicen que la selección es más importante.
No cambio mi partidito de los domingos con los muchachos por nada. No quería perderme las cargadas de mis compañeros cuando cierro mal una pelota, o cuando el siete de ellos me pasa como alambre caído y me salva el vasquito...
Porque lo que pasa es simple de explicar... No cambio a mi equipo por ninguna final....
Nosotros jugamos al fulbo...
Eso es lo que pasa...
Como si tuviésemos ocho, diez, trece años jugamos a la pelota, jugamos al fulbo...
Y la verdad, eso no lo cambio por nada...